viernes, 10 de abril de 2020

El niño que miraba al mar.



Este pasado 4 de abril fallecía en Madrid, el poliédrico artista Luis Eduardo Aute. Un grande, un genio, un artista. 
Contaba, en una de sus múltiples entrevistas que de niño sacaba malas notas, que no tenía ningún interés por el estudio, pero que sin embargo le apasionaba dibujar y se le daba bien. Desde niño quiso ser pintor. Ya encumbrado y famoso, él se asumió siempre como pintor antes que como músico. poeta o cineasta.


Era un ser humano con una sensibilidad especial. Yo lo descubrí en su faceta de cantaautor, casi al mismo tiempo que a Joaquín Sabina. Cuando ser cantaautor era lo más, con canciones llenas de mensajes y protestas veladas o completamente explícitas.
Junto con algunos amigos escuchábamos sus letras y nosotros que despertábamos a la vida en aquella época, veíamos en esas historias cantadas, todo un universo ajeno, extraño y a la vez sugerente y cautivador. 
Dicen los que tuvieron el placer de conocerle personalmente, que fue una gran persona, Que su casa fue siempre un lugar de encuentro, que siempre ayudó a todo el que se lo pidió, que estaba empeñado en hacer de este mundo un sitio mejor.Vivía en un continuo ripio, exudaba poesía.
Cuentan que su hijo le preguntó un día:¿Cómo te encuentras?
Y le contestó:

No sé si voy o vengo,
de algún sitio,
donde nunca estuve.

Él siguió creciendo como artista y yo como hombre y nuestros caminos fueron cruzándose de vez en cuando, en forma de poema, de canción o de discrepancia política.
Para siempre quedarán, en la banda sonora de nuestra existencia, muchas de sus canciones, inolvidables.



En uno de sus últimos trabajos, El niño que miraba al mar, se inspiró en un montaje fotográfico que le regalaron sus hijos, donde aparecían mirando al mar, Luis Eduardo de niño y ya maduro. Ambas en un malecón mirando al mar, pero una en Filipinas y otra en Cuba, con toda una vida de diferencia. Él reflexionaba cómo hubiera sido ese encuentro imponible, entre su yo maduro y su yo niño. Decía que el niño miraría a aquel adulto, como si fuera un monstruo, un basilisco. Y aquello dio como fruto una película de animación y este disco
En la varias entrevistas que al día siguiente de su deceso se publicaron, decían, sus más estrechos colaboradores que siempre que cantaba esta canción, acababa sobrepasado y no podía reprimir las lágrimas. El peso de los recuerdos se desplomaba sobre él, en esos breves minutos que duraba la canción.
Para mi esa alegoría de mirar al mar y encontrarte, contigo mismo de niño, ha sido recurrente y  entiendo perfectamente el gran calado de ese pensamiento. Por eso he querido, en este humilde homenaje a este gran artista, traer por aquí esa canción y esa fotografía.
Cuando cantaba esta canción, siempre la introducía con este poema del venezolano Rafael Cadenas.

 "Infancia dormida en los rayos del Sol.
Cuánta luz para aquel niño.
Ahora él te busca.
Me desdoblo.
Es absurdo volver los ojos a tus días.
Vivir de tu sueño es cambiar un extraño por el que soy."

Disfrutad de la letra, de la propia canción. Recordad su obra.

«Cada vez que veo esa fotografia 
que huye del cliché del álbum familiar 
miro a ese niño que hace de vigía 
oteando más allá del fin del mar. 
Aún resuena en su cabeza el bombardeo 
de una guerra de dragones sin cuartel 
su mirada queda oculta pero veo 
lo que ven sus ojos porque yo soy él. 

Y daría lo vivido 
por sentarme a su costado 
para verme en su futuro 
desde todo mi pasado 
y mirándole a los ojos 
preguntarle, enmimismado 
si descubre a su verdugo 
en mis ojos reflejado 
mientras él me ve mirar 
a ese niño que miraba el mar. 

Ese niño ajeno al paso de las horas 
y que está poniendo en marcha su reloj 
no es consciente de que incuba el mar de aurora, 
ese mal del animal que ya soy yo. 
Frente a él oscuras horas de naufragios 
acumulan tumbas junto al malecón 
y sospecha que ese mar es un presagio 
de que al otro lado espera un Dragón».
(“El niño que miraba el mar”).


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