Vivimos inmersos en una pandemia. Llevamos confinados más de 30 días en nuestras casas. Han muerto más de 20.000 personas en España, muchas de ellas en total soledad, sin poder despedirse de sus seres queridos. Miles de personas en ERTEs o ERES, autónomos que no llegarán a fin de mes. La emergencia sanitaria va a dejar paso a la emergencia económica y quién sabe si incluso social.
No, no tengo ánimos para tirar de manual de Mr. Wonderful y pensar que esto nos reforzará, nos hará mejores y todas esas mierdas de autoayuda. Nadie sabe a ciencia cierta cuando acabará ésto, de si habrá repuntes de infectados al finalizar el aislamiento social, si volveremos a cenar en restaurantes junto a nuestros amigos, si iremos de vacaciones este verano a un hotel en la playa o si volveremos a hacer deporte en un gimnasio, si esto volverá a la normalidad en octubre, diciembre o en la puta vida. Y todo ésto, suena tan superfluo y superficial, comparándolo con la pérdida de vidas humanas, que da hasta reparo hacer estas reflexiones, tener estos pensamientos. Es tan banal, pero al final, ha sido siempre esta la manera en que la humanidad ha salido de sus grandes desastres, de sus grandes traumas, echando mano de la inconsistencia, del olvido, de la relativización del sufrimiento.
Si la muerte proyectara, de tal manera su sombra en la vida, en que únicamente pensáramos en ella cada vez que tomamos una decisión o hacemos algo, no viviríamos, no podríamos hacerlo. Es éste el motivo por el que no le hemos dejado hueco en nuestra sociedad hedonista, no hay sitio para la muerte, la negamos, y ella, obstinada en amargarnos la existencia, recordándonos de que pasta mortal y frágil estamos hechos.
Hoy no puedo sacar lecturas positivas, para darle la vuelta a la tortilla y dejar un mensaje de optimismo, una enseñanza vital. Prefiero darme un baño de realidad pesimista y desear que esto acabe cuanto antes, que termine ya. Que volvamos a las calles, a nuestra tedioso día a día, a nuestro inconsciente devenir, a perder el tiempo en fruslerías y temas menores. Poder volver a ser caprichosos, inconstantes, procrastinadores, veletas, egoístas, frívolos, perezosos. Y poder salir a la calle, bajo un sol primaveral, que nos haga sudar, mientras pedaleamos, ensimismados, por las veredas del canal.
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