jueves, 23 de abril de 2020

San Jorge 2020

Este año, los libros no tomarán la calle. En Alcañiz no se hará la representación de la muerte del dragón. Pero sigue siendo un día 
grande para Aragon, vaya por aquí este pequeño recordatorio y homenaje.


martes, 21 de abril de 2020

Pedaladas IV 2020



Vivimos inmersos en una pandemia. Llevamos confinados más de 30 días en nuestras casas. Han muerto más de 20.000 personas en España, muchas de ellas en total soledad, sin poder despedirse de sus seres queridos. Miles de personas en ERTEs o ERES, autónomos que no llegarán a fin de mes. La emergencia sanitaria va a dejar paso a la emergencia económica y quién sabe si incluso social. 
No, no tengo ánimos para tirar de manual de Mr. Wonderful y pensar que esto nos reforzará, nos hará mejores y todas esas mierdas de autoayuda. Nadie sabe a ciencia cierta cuando acabará ésto, de si habrá repuntes de infectados al finalizar el aislamiento social, si volveremos a cenar en restaurantes junto a nuestros amigos, si iremos de vacaciones este verano a un hotel en la playa o si volveremos a hacer deporte en un gimnasio, si esto volverá a la normalidad en octubre, diciembre o en la puta vida. Y todo ésto, suena tan superfluo y superficial, comparándolo con la pérdida de vidas humanas, que da hasta reparo hacer estas reflexiones, tener estos pensamientos. Es tan banal, pero al final, ha sido siempre esta la manera en que la humanidad ha salido de sus grandes desastres, de sus grandes traumas, echando mano de la inconsistencia, del olvido, de la relativización del sufrimiento. 
Si la muerte proyectara, de tal manera su sombra en la vida, en que únicamente pensáramos en ella cada vez que tomamos una decisión o hacemos algo, no viviríamos, no podríamos hacerlo. Es éste el motivo por el que no le hemos dejado hueco en nuestra sociedad hedonista, no hay sitio para la muerte, la negamos, y ella, obstinada en amargarnos la existencia, recordándonos de que pasta mortal y frágil estamos hechos. 
Hoy no puedo sacar lecturas positivas, para darle la vuelta a la tortilla y dejar un mensaje de optimismo, una enseñanza vital. Prefiero darme un baño de realidad pesimista y desear que esto acabe cuanto antes, que termine ya. Que volvamos a las calles, a nuestra tedioso día a día, a nuestro inconsciente devenir, a perder el tiempo en fruslerías y temas menores. Poder volver a ser caprichosos, inconstantes, procrastinadores,  veletas, egoístas, frívolos, perezosos. Y poder salir a la calle, bajo un sol primaveral, que nos haga sudar, mientras pedaleamos, ensimismados, por las veredas del canal. 

viernes, 10 de abril de 2020

El niño que miraba al mar.



Este pasado 4 de abril fallecía en Madrid, el poliédrico artista Luis Eduardo Aute. Un grande, un genio, un artista. 
Contaba, en una de sus múltiples entrevistas que de niño sacaba malas notas, que no tenía ningún interés por el estudio, pero que sin embargo le apasionaba dibujar y se le daba bien. Desde niño quiso ser pintor. Ya encumbrado y famoso, él se asumió siempre como pintor antes que como músico. poeta o cineasta.


Era un ser humano con una sensibilidad especial. Yo lo descubrí en su faceta de cantaautor, casi al mismo tiempo que a Joaquín Sabina. Cuando ser cantaautor era lo más, con canciones llenas de mensajes y protestas veladas o completamente explícitas.
Junto con algunos amigos escuchábamos sus letras y nosotros que despertábamos a la vida en aquella época, veíamos en esas historias cantadas, todo un universo ajeno, extraño y a la vez sugerente y cautivador. 
Dicen los que tuvieron el placer de conocerle personalmente, que fue una gran persona, Que su casa fue siempre un lugar de encuentro, que siempre ayudó a todo el que se lo pidió, que estaba empeñado en hacer de este mundo un sitio mejor.Vivía en un continuo ripio, exudaba poesía.
Cuentan que su hijo le preguntó un día:¿Cómo te encuentras?
Y le contestó:

No sé si voy o vengo,
de algún sitio,
donde nunca estuve.

Él siguió creciendo como artista y yo como hombre y nuestros caminos fueron cruzándose de vez en cuando, en forma de poema, de canción o de discrepancia política.
Para siempre quedarán, en la banda sonora de nuestra existencia, muchas de sus canciones, inolvidables.



En uno de sus últimos trabajos, El niño que miraba al mar, se inspiró en un montaje fotográfico que le regalaron sus hijos, donde aparecían mirando al mar, Luis Eduardo de niño y ya maduro. Ambas en un malecón mirando al mar, pero una en Filipinas y otra en Cuba, con toda una vida de diferencia. Él reflexionaba cómo hubiera sido ese encuentro imponible, entre su yo maduro y su yo niño. Decía que el niño miraría a aquel adulto, como si fuera un monstruo, un basilisco. Y aquello dio como fruto una película de animación y este disco
En la varias entrevistas que al día siguiente de su deceso se publicaron, decían, sus más estrechos colaboradores que siempre que cantaba esta canción, acababa sobrepasado y no podía reprimir las lágrimas. El peso de los recuerdos se desplomaba sobre él, en esos breves minutos que duraba la canción.
Para mi esa alegoría de mirar al mar y encontrarte, contigo mismo de niño, ha sido recurrente y  entiendo perfectamente el gran calado de ese pensamiento. Por eso he querido, en este humilde homenaje a este gran artista, traer por aquí esa canción y esa fotografía.
Cuando cantaba esta canción, siempre la introducía con este poema del venezolano Rafael Cadenas.

 "Infancia dormida en los rayos del Sol.
Cuánta luz para aquel niño.
Ahora él te busca.
Me desdoblo.
Es absurdo volver los ojos a tus días.
Vivir de tu sueño es cambiar un extraño por el que soy."

Disfrutad de la letra, de la propia canción. Recordad su obra.

«Cada vez que veo esa fotografia 
que huye del cliché del álbum familiar 
miro a ese niño que hace de vigía 
oteando más allá del fin del mar. 
Aún resuena en su cabeza el bombardeo 
de una guerra de dragones sin cuartel 
su mirada queda oculta pero veo 
lo que ven sus ojos porque yo soy él. 

Y daría lo vivido 
por sentarme a su costado 
para verme en su futuro 
desde todo mi pasado 
y mirándole a los ojos 
preguntarle, enmimismado 
si descubre a su verdugo 
en mis ojos reflejado 
mientras él me ve mirar 
a ese niño que miraba el mar. 

Ese niño ajeno al paso de las horas 
y que está poniendo en marcha su reloj 
no es consciente de que incuba el mar de aurora, 
ese mal del animal que ya soy yo. 
Frente a él oscuras horas de naufragios 
acumulan tumbas junto al malecón 
y sospecha que ese mar es un presagio 
de que al otro lado espera un Dragón».
(“El niño que miraba el mar”).


jueves, 2 de abril de 2020

...las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.




Vivimos días extraños. Nuestra vida ha entrado en una especie de suspenso. Obligados a estar en casa, con una mezcla de preocupación y a la vez de alivio. Asistimos diariamente a la publicación de las cifras de infectados y de fallecidos. Parece un parte de guerra. Algo que hemos visto en la ficción pero que nunca creeríamos que nos pasara a nosotros, que formara parte de nuestra realidad, de nuestra rutina.  

Un patógeno ha vuelto del revés nuestras vidas. Apenas nos enseñan las escenas dantescas que estos días se deben dar en los hospitales. 
Nos golpea una enfermedad cruel. El que coge el maldito virus es apartado de su familia y llevado al hospital, aislado, rodeado de plásticos. En el mejor de los casos, si se sobrepone, vuelve a los suyos, pero si no lo supera, muere solo, sin que nadie de sus allegados pueda despedirse de él, pueda darle un último abrazo, un último beso. 
No puedo dejar de acordarme, de esa frase puesta en boca del capitán de los Tercios, don Diego Acuña, por mediación de Eduardo Marquina:


«Por España, y el que quiera defenderla, honrado muera. y el que traidor la abandone, no tenga quien le perdone, ni en tierra santa cobijo,ni una cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.»


¡Qué tristeza, morir solo, lejos de tus seres queridos!¡No poder despedirse, ni que se despidan de tí!¡No poder contemplar por última vez la cara de los que amas!
Una maldición de nuestro tiempo, un horror, 
Parece una de aquellas plagas del antiguo Egipto. Que pase pronto, que no les toque a los nuestros al menos. 
Las calles vacías nos muestran nuestra debilidad, la cercanía de la vida a la muerte. Aquel "memento mori".
Hace unos días, un intelectual italiano;, país donde la pandemia también está golpeando fuerte, Antonio Scurrati, escribía:

"...lo que siempre ha definido la condición humana: La plena conciencia de nuestra mortalidad, la lúcida y madura conciencia de que la vida y la muerte, serpentean una junto a la otra con caminos coplanarios, continuos y de igual importancia"


En esta sociedad occidental, acomodada y superdesarrollada, llegamos a pensar en algún momento que eramos inmortales. Nos enfrascábamos en acciones y pensamientos que, superada la necesidad de supervivencia, cobijo y alimento, nos tenían entretenidos, filosofábamos, sacábamos problemas de donde no los había y nuestro mal generalizado era el estrés, la hiperactividad y el síndrome de perdernos algo.

Ha tenido que pasarnos por encima esta situación, para que hagamos evaluación de nuestros valores y prioridades. 
Ojalá todo esto llegue a servir para algo. 

Mis últimas lecturas del 2023 y primera del 2024

 Os traigo,  como ya es mi costumbre, mis últimas lecturas, las de finales del 2023 y estos dos primeros meses de  2024. Han sido bastantes ...