jueves, 2 de abril de 2020

...las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.




Vivimos días extraños. Nuestra vida ha entrado en una especie de suspenso. Obligados a estar en casa, con una mezcla de preocupación y a la vez de alivio. Asistimos diariamente a la publicación de las cifras de infectados y de fallecidos. Parece un parte de guerra. Algo que hemos visto en la ficción pero que nunca creeríamos que nos pasara a nosotros, que formara parte de nuestra realidad, de nuestra rutina.  

Un patógeno ha vuelto del revés nuestras vidas. Apenas nos enseñan las escenas dantescas que estos días se deben dar en los hospitales. 
Nos golpea una enfermedad cruel. El que coge el maldito virus es apartado de su familia y llevado al hospital, aislado, rodeado de plásticos. En el mejor de los casos, si se sobrepone, vuelve a los suyos, pero si no lo supera, muere solo, sin que nadie de sus allegados pueda despedirse de él, pueda darle un último abrazo, un último beso. 
No puedo dejar de acordarme, de esa frase puesta en boca del capitán de los Tercios, don Diego Acuña, por mediación de Eduardo Marquina:


«Por España, y el que quiera defenderla, honrado muera. y el que traidor la abandone, no tenga quien le perdone, ni en tierra santa cobijo,ni una cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.»


¡Qué tristeza, morir solo, lejos de tus seres queridos!¡No poder despedirse, ni que se despidan de tí!¡No poder contemplar por última vez la cara de los que amas!
Una maldición de nuestro tiempo, un horror, 
Parece una de aquellas plagas del antiguo Egipto. Que pase pronto, que no les toque a los nuestros al menos. 
Las calles vacías nos muestran nuestra debilidad, la cercanía de la vida a la muerte. Aquel "memento mori".
Hace unos días, un intelectual italiano;, país donde la pandemia también está golpeando fuerte, Antonio Scurrati, escribía:

"...lo que siempre ha definido la condición humana: La plena conciencia de nuestra mortalidad, la lúcida y madura conciencia de que la vida y la muerte, serpentean una junto a la otra con caminos coplanarios, continuos y de igual importancia"


En esta sociedad occidental, acomodada y superdesarrollada, llegamos a pensar en algún momento que eramos inmortales. Nos enfrascábamos en acciones y pensamientos que, superada la necesidad de supervivencia, cobijo y alimento, nos tenían entretenidos, filosofábamos, sacábamos problemas de donde no los había y nuestro mal generalizado era el estrés, la hiperactividad y el síndrome de perdernos algo.

Ha tenido que pasarnos por encima esta situación, para que hagamos evaluación de nuestros valores y prioridades. 
Ojalá todo esto llegue a servir para algo. 

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