Recientemente he presentado un relato a este concurso de "El folio en Blanco".
Ya ha salido el ganador y los finalistas y no me encuentro entre ellos, así que lo traigo por aquí:
Mi amigo José.
Hacía más de un mes que se
había apuntado al gimnasio. Estaba muy motivado, pechugas de pollo, tomates,
ensalada, verdura en su justa medida. No llegaba a pesar los alimentos, pero
habían desaparecido las cañas, las patatas bravas, las hamburguesas, los bocatas
de calamares y las noches hasta altas horas de la madrugada. Alguno le
preguntaba si esa no era una vida más triste. Pero en la vida de José hablar de
tristeza era puro eufemismo. La tristeza apareció mucho antes. Cuando ella se
marcho, con aquello de: No es por ti, es por mí. La puntilla se la llevó un día
de juerga con los amigos, bienintencionados que le ofrecían todo tipo de
consejos, le abrazaban y le decía olvídala, como si fuese tan fácil. En una
noche de esas que no se terminaban nunca, tuvo la mala suerte de verla, además
no de cualquier modo, si no abrazada a un maromo que parecía el eslabón
perdido, con unos brazos del tamaño de una de sus piernas y el pelo casi
rapado. Para más escarnio, el tipo mal encarado, le sacaba una cabeza.
No es por mí, es por ti, era
lo que realmente le quería decir aquel día. Lo había comprendido de repente, al
igual que San Pablo al caerse del caballo, ahora todo lo veía completamente
claro. Esa noche su descenso a los infiernos fue de repente. Si hasta ese día se
había ido aferrando a las rebabas de la esperanza, del recuerdo, sus asideros
desaparecieron completamente, y su caída le llevó a los más profundo de la
desesperación y la frustración. A un agujero negro del que pensaba que no
saldría nunca. No es por ti, es por mí.
Pero toda caída en algún
momento se detiene. Y José supo que se había detenido cuando entendió que la
vida brinda muchas oportunidades y que están ahí al alcance de la mano, que uno
mismo es capaz de darle la vuelta a su historia. A pesar de estar en lo más
profundo del pozo, en el fondo se atisbaba un hilo de luz, una esperanza a la
que amarrarse y que le sacaría de allí. Desde ese día su vida fue un total
cambio. Aún se le veía tristón, pero su voluntad se hizo férrea, hacía deporte,
se cuidaba, leía sobre cosas que hasta ese día no acababa de entender bien,
renovó, dentro de sus posibilidades económicas su armario y decidió que sería
más sociable.
Su recuperación fue paso a
paso, lenta pero firme, pasó ese primer mes y a este siguieron otros. Algo
tenía presente en su mente, lo que le daba esa voluntad de carácter, quería
hacerse mejor, convertirse en su mejor versión, para ella...Ella... De ella no
había vuelto a saber nada. Se había alejado como el ex toxicómano se aleja de
su droga, había puesto tierra de por medio, no preguntaba por ella, no sabía si
era feliz, si seguía trabajando en lo mismo o si en alguna ocasión se acordaba
de él.
Retomó las salidas con los
amigos, ya no evitaba frecuentar según que sitios, el frío que le parecía helador
y recorría su espalda tiempo atrás, se había vuelto un frío anodino, más
anestésico que otra cosa, una total indiferencia. Así pasaron de nuevo
los días. El nuevo José disfrutaba de la vida, de sus amigos, de conocer a
otras chicas, de viajar, de sus aficiones.
Pero la ciudad donde vivían
no era demasiado grande, y por la ley de probabilidades en un momento u otro se
tenían que encontrar, y ese día llegó. Estaba sentada en una terraza. El pasó
caminando, sus miradas se cruzaron y ella abrió levemente sus labios, con un
gesto como para levantarse, parece que se lo pensó mejor y esperó a que fuera
él que se aproximara, como tantas otras veces. Pero en esa ocasión, José se
giró al amigo que paseaba a su lado y le dijo:
̶ A veces hay cosas que hay que
dar por perdidas, aunque sepas donde encontrarlas. No es por ti, es por mí.
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