Ayer comenzó el verano, oficialmente. Ya está aquí, ya lo tenemos. Ha vuelto, mira que bien.
El día 26 nos desenmascarillan, al menos al aire libre. ¿Será ésto el principio del fin de cuando cambiaron nuestras vidas?¿Volveremos a vivir un confinamiento similar?
Estoy deseando ir a la playa. Aún no me he metido en el agua en esta temporada, ni piscina, ni playa, ni nada del estilo. Parece que de hace un par de meses a esta parte, pandemia a parte, mis días hayan entrado en una pulsión de espera. ¿De qué?...¿Lo sabes tú? Pues yo tampoco, pero esa es la sensación, esperar algo, detener todo, por un motivo u otro, no hacer nada, esperando.
Y cuando espero y entro en este tipo de situaciones, mi mente confabula, baraja planes, se proyecta sobre cosas: comprar una moto, un apartamento, comenzar un gran viaje, dejarlo todo y huir a la Patagonia, cambiar de trabajo. Conspira, va por su cuenta, huye de la realidad, de la espera, del impasse, busca materializar algo, hacer algo, concretar, ponerse en marcha, empezar con un primer paso, aunque no sepa hacia donde o aunque luego tenga que rectificar el rumbo o asumir perdidas de todo tipo. Una mente en espera, es terreno abonado para que el diablo zurza. Y cuando el demonio teje, las ideas más inverosímiles se instalan en la cabeza y el hombre confundido, toma decisiones, que nunca se le habrían ocurrido en una existencia ocupada, aquello de ora et labora, para no dejar a la mente vagar y hacer hueco a esas ideas peregrinas, a esas "tocata y fuga".
Siempre que llega un cambio de estación, me pilla con el pie cambiado, mirando por el retrovisor. Aunque este año aún acerté a hacer un cambio de armario a tiempo, para desprenderme de las prendas de abrigo en beneficio de las camisetas y las bermudas. El verano democratiza la vestimenta, nos une a todos en el proletariado del pantalón corto, no hay nada menos sofisticado que unas pantorrillas al aire, con las marcas de la goma del calcetín de ejecutivo. Nos volvemos todos un poco horteras y nos uniformamos con las colecciones de las populares tiendas de las grandes superficies, o nos enfundamos en camisetas de frases ingeniosas, iconos de los 80 o recuerdos de EGB, para convertirnos en uno más en esa riada de sudorosos turistas, que recorren los pueblos de interés o las playas de bandera azul.
Ya llego tarde en la búsqueda de un apartamento, que nos traslade a la orilla del mar. Ya todo es feo o caro o las dos cosas. Buscaremos en nuestro interior... ya sabes,,, en el pueblo, o en la ciudad que nos vio crecer, la casa de los padres, de los parientes, donde al menos, dormir fresco por las noches.
Siempre me digo, el próximo verano sí que me lo montaré bien, haré el viaje de mi vida, descubriré nuevos lugares, iré a Australia, a Canadá, a Philadelphia , al país de nunca más, del que nunca regresaré, me quedaré instalado en mi infancia, en mis recuerdos y las tierras lejanas que me recibirán con los brazos abierto. O me convertiré en Orellana y hollare con mis pes, caminos por los que nunca hubiera transitado el hombre blanco.
El Covid-19 es una buena escusa, pero el tiempo pasa, y las coartadas se van acumulando y la gran aventura sigue sin llegar, vivir se torna urgente y yo aquí, sin ni siquiera saber donde pasaré mis vacaciones de agosto.
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