El olor era característico, un olor dulzón y a
especias salía de cada uno de los locales que tenían sus puertas a la calle.
Los escaparates llenos de patos y platos preparados, pretendían ser una
invitación a entrar. Desde luego nada más lejos de mi intención y de mi
estómago. El barrio chino de Londres siempre era un espectáculo, una sinfonía
de olores, colores y sonidos. La última vez
que estuve me costó dar con ella, esperaba que es esta ocasión mi memoria no me
jugara malas pasadas y acabara dando vueltas y vueltas viendo patos laqueados.
Allí está, reconozco la entrada, pequeña,
flanqueada por dos farolillos de papel , con un pequeño dragón enroscado
en el dintel de la puerta. La última vez llegué aquí por recomendación,
buscando un imposible, hoy repito. Si hay un sitio donde encontrar las mayores
de las rarezas es esta pequeña tienda. el señor Chang la regenta por lo visto
desde hace años y nadie sabe a ciencia cierta su edad. Entro haciendo sonar
unas campanillas que alertan de mi presencia. En seguida el señor Chang está
junto a mi, tiene el pequeño paquete preparado. Las nuevas tecnologías es lo
que tienen, puedes encargar lo que necesites sin necesidad de estar allí, pero
recogerlo quería hacerlo yo personalmente, es demasiado valioso para dejar que
se pierda en los almacenes de una mensajería.
El paquete es pequeño, forrado con papel de
estraza y una cuerda de colores, ya lo tengo. Antes de marcharme el señor Chang
me recuerda cómo debo proceder, los cuidados que tengo que prestarle y el
tamaño de la maceta que albergará este pequeño tesoro. E insiste, la paciencia
es la madre de todas las virtudes. Sí, una semilla, un pequeño tesoro, pues lo
que espero de ella es lo que la hace extraordinaria. No veo el momento de
llegar a casa y ponerla en la maceta que la espera.
Por fin en casa, la mezcla está preparada, una
mezcla indicada por antiguos sabios orientales, que indican la proporción
exacta de cada tipo de tierra que deben albergar esta milagro. La riego con
mimo, por primera vez. La coloco cerca de la ventana donde no le de ni mucho ni
poco la luz del sol. Alejado del radiador, para no tener un foco de calor muy
cercano, pero sin renunciar a un ambiente cálido, coloco un humidificador
cerca, para que pueda mantener una humedad constante. Me acuesto, no sin antes
darle la bienvenida a esa semillita que está en el vientre de la maceta de
barro.
Cada día, por la mañana y por la noche, la riego
y le leo, unos días poesía, otros días los clásicos de la literatura
contemporánea, otro día clásicos griegos, incluso me atrevo con libros de
autoayuda o de psicología, o libros con historias interesantes, de escritores
casi desconocidos, pero nunca con Bets sellers, no quiero arriesgarme.
Pasan las semanas, los meses, mis esperanzas se
tambalean, creo que me han timado. Mis atenciones se reducen a la mitad. Aún
así, mantengo la rutina, quizás esté cerca el día que germine y muestre sus
ramas, y luego en primavera me regale el primero de sus frutos, el esperado, el
tan anhelado, el motivo de mi búsqueda.
Han pasado ya dos inviernos y a punto de entrar
la segunda primavera, creo que definitivamente era todo una quimera, un engaño
para ilusos como yo. Un mes más y si no plantaré un geranio y me reiré de mi
mismo y del viaje a la misteriosa tienda del señor Chang.
¡Dios mío! Ha salido el primer brote y mientras me
preparaba el desayuno ha crecido cuatro dedos, el tallo es delgado y tiene un
color verde pálido, pero si crece este ritmo en una semana será una planta con
todas las letras.
El ritmo de crecimiento es increíble, la primera
noche ya medía dos palmos, en tres días ha alcanzado la altura de metro y medio
y ha empezado a echar hojas, grandes, anchas, recubiertas de cierta pelusilla,
han salido varias ramas, también llenas de hojas, al menos ha dejado de crecer
a lo alto.
Esta mañana aparecieron dos flores, de un blanco
inmaculado, sedosa, con unos pistilos dorados, hermosas, ¿Quién era el iluso?
Creo que lo voy a conseguir, voy a conseguir el dulce fruto de mis viajes, de
mis cuidados, de mis desvelos.
Las flores se han convertido en dos saquetes, que
van aumentando de tamaño poco a poco, creo que un par de días eclosionarán y
dejarán ver lo que esconden.
¡Aquí está! Se ha abierto una de ellas, la otra
se ha secado, no se muy bien el motivo, pero es igual, lo que he visto ha
cubierto de sobra las expectativas que tenía. Es un libro, un precioso y bien encuadernado
libro, en rústica, con unas letras doradas en el lomo.
El esfuerzo ha merecido la pena, es mi primer
libro.
©Jesús J. Jambrina
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