lunes, 12 de septiembre de 2016

El sensor.


 
El cuerpo humano es una maquinaria bien engrasada. Sus engranajes y mecanismos encajan a la perfección. Ni el más sofisticado reloj suizo, puede tan siquiera imaginar un funcionamiento tan fiable y eficaz.
A todo esto, mi cuerpo, el mío, además de compartir esta funcionalidad, está dotado de un sutil y sofisticado sensor. Un sensor que detecta la más mínima variación. Que actúa y se manifiesta sin que yo sea consciente. Responde a estados febriles, cansancio extremo, cuadros de estrés, disgustos, falta de sueño, de manera individual o la combinación de alguno de ellos.,... y lo hace con un indicador que actúa como un piloto rojo de aviso. De esos que titilan de manera intermitente para evitar que las aeronaves colisionen con torres de luz, antenas u otros elementos altos. Y ese "piloto rojo", se manifiesta con, las más de las veces, un incómodo y poco discreto, herpes labial, lo que se viene a llamar popular y comúnmente: "una morrera".
Cuando mis defensas bajan por los motivos que sean, quizás porque el sistema inmunológico de mi cuerpo se distrae con una poesía o una meta inalcanzable, ahí está mi piloto rojo, mi sensor de que algo me pasa, de que algo me supera, de que mi cuerpo se siente exhausto o que al menos no puede prestar toda su atención a las tareas de defensa y protección.
El día 1 de este mes me incorporé a mis responsabilidades de nuevo. Y la semana pasada, mi sensor, mi pertinaz, constante e infalible sensor, me recordó que estábamos mejor en el río Vero o en las playas de Cádiz. Una nueva "morrera" colonizó mi labio superior.
Un mensaje sutil, que entendí perfectamente. Mi cuerpo se revelaba, y manifestaba ese cambio de actividad y de ritmo, con una pataleta. Una queja sorda, pero evidente, de que no era la situación deseada por éste, mi cuerpo.
No es cuestión de razonar o de pedir opinión. No deja de ser un elemento vehicular que nos permite movernos y realizar actividades y cosas que de otras manera serian o imposibles o tremendamente complejas. Le necesitamos, pero no podemos darle todo lo que nos pida. No puede hacer su voluntad y no puede dictar las normas. Pero sí, tiene razón...de vacaciones estábamos mejor.

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