En la vida hay veces que se quedan pendientes cosas. Algo que leer, un lugar que visitar, un reto que afrontar, unas palabras que decir, en fin, cosas. Yo le tenía ganas a la playa de Berria. Sabía de ella desde hace mucho tiempo. Tenía que haber pisado su arena hace unos doce años, y ese momento no llegó nunca, luego no hubo ocasión de volver. Hasta la pasada semana.
La pasada semana, buscando un destino que no estuviera saturado y del que huir de las restricciones del covid-19, me acordé del Hotel Juan de la Cosa y de la playa de Berria y de las playas cántabras, que suplen la temperatura del mar mediterráneo, con amplias extensiones de arena y espacios naturales de gran belleza y calidad.
Aunque en mi mente, siempre imaginé la playa más grande y más salvaje, como el niño que recuerda la casa de sus abuelos y luego de adulto le parece más pequeña aunque igualmente acogedora; me pasó a mi. Las extensiones infinitas de mi imaginario, se concretaron en una hermosa playa de 1,8 kilómetros. Encajada entre dos montañas y con fina arena y aguas frías, pero totalmente cristalinas, con poca gente y con mucho espacio para que un niño de dos años pudiera correr a sus anchas, saboreando la sensación de libertad y a la vez seguridad.
El hotel, espectacular, al pie de la propia playa, con un excelente restaurante, una cerveza Mahou bien fresquita y bien tirada y unas vistas desde la habitación en que te sumergías en las aguas del cantábrico, con solo bajar de la cama. El paraíso en la tierra. Otro más.
Y de ese viaje me traje estos dibujos que comparto por aquí.
A parte de dibujar en el cuaderno, lo hicimos en la propia playa. fueron varias las tardes que nos dedicamos a sembrar de dibujos la fina arena. El peque también participó de esta catarsis creativa y dibujó arañas, Mickyes, Ninos, Pipos y toda la cuadrilla de amigos de Mario y yo, por supuesto, dragones.
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