viernes, 24 de julio de 2020

Berria



En la vida hay veces que se quedan pendientes cosas. Algo que leer, un lugar que visitar, un reto que afrontar, unas palabras que decir, en fin, cosas. Yo le tenía ganas a la playa de Berria. Sabía de ella desde hace mucho tiempo. Tenía que haber pisado su arena hace unos doce años, y ese momento no llegó nunca, luego no hubo ocasión de volver. Hasta la pasada semana.
La pasada semana, buscando un destino que no estuviera saturado y del que huir de las restricciones del covid-19, me acordé del Hotel Juan de la Cosa y de la playa de Berria y de las playas cántabras, que suplen la temperatura del mar mediterráneo, con amplias extensiones de arena y espacios naturales de gran belleza y calidad.
Aunque en mi mente, siempre imaginé la playa más grande y más salvaje, como el niño que recuerda la casa de sus abuelos y luego de adulto le parece más pequeña aunque igualmente acogedora; me pasó a mi. Las extensiones infinitas de mi imaginario, se concretaron en una hermosa playa de 1,8 kilómetros. Encajada entre dos montañas y con fina arena y aguas frías, pero totalmente cristalinas, con poca gente y con mucho espacio para que un niño de dos años pudiera correr a sus anchas, saboreando la sensación de libertad y a la vez seguridad.
El hotel, espectacular, al pie de la propia playa, con un excelente restaurante, una cerveza Mahou bien fresquita y bien tirada y unas vistas desde la habitación en que te sumergías en las aguas del cantábrico, con solo bajar de la cama. El paraíso en la tierra. Otro más.
Y de ese viaje me traje estos dibujos que comparto por aquí.





A parte de dibujar en el cuaderno, lo hicimos en la propia playa. fueron varias las tardes que nos dedicamos a sembrar de dibujos la fina arena. El peque también participó de esta catarsis creativa y dibujó arañas, Mickyes, Ninos, Pipos y toda la cuadrilla de amigos de Mario y yo, por supuesto, dragones.


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