jueves, 16 de junio de 2016

La muchacha de la mirada triste.


Como 2º trabajo del taller de escritura, nos han mandado hacer un relato de una página, tema libre pero con "in media res".  Donde con una "analepsis", tendremos que completar es acción que hemos empezado " a medias". Por aquí traigo ese relato:


La muchacha de la mirada triste.


Allí estábamos, en una cafetería tranquila. El uno frente al otro. Un sitio tranquilo, para hablar, me había dicho, un eufemismo que quería decir realmente,  date por jodido, algo va a cambiar y no te va a gustar. 

Ella apenas me sostenía la mirada y yo, no sabía si sería capaz de sostener las palabras, que de un momento a otro me temía que iban a caer sobre mí.

Recordaba perfectamente la primera vez que la vi. Me crucé con su mirada, una mirada triste. Una mirada diferente de la de las chicas de su edad, había un trasfondo de nostalgia, un velo gris, se intuía una pesada carga. Desde el primer momento quise compartirla, y hacérsela más liviana. Me enamoré perdidamente de esa profundidad, de ese abismo, de esta tristeza, de ese misterio. Me hice el firme propósito que yo le arrancaría esa tristeza de los ojos y que compartiría con ella sus secretos y sus cargas.

Recuerdo, como no hacerlo, la primera vez que hicimos el amor, me abrazaba fuerte, muy fuerte, como el náufrago se aferra a su tabla en mitad del océano, y yo me sentía como un faro en mitad de sus tempestades. Los primeros meses la mirada triste estaba allí irremediablemente, todas las noches y todas las mañanas que amanecíamos juntos, pero se atisbaba también una luz, que se iba abriendo paso entre esos tonos grises.

Pero estos dos últimos meses, ese abrazo fue aflojándose y esa luz, menguando. El silencio y el frío, se instalaban en nuestros encuentros. Ahora era yo el que se aferraba a esa mirada triste, desesperanzada. Tenía la certeza que mientras estuviera allí, nada cambiaría, la luz se apagaba, pero mi amor, enganchado y enredado en esa mirada, sería eterno.

‒Estas diciendo de verdad que me dejas. Mírame a los ojos y dímelo.‒ Y cuando la miré, me di cuenta, allí ya no estaba su mirada, esa mirada triste. Apenas la reconocía, como si estuviera viendo realmente a otra persona. Sus ojos tenía un brillo que hasta ahora no había visto nunca. Titilaban ilusionados, esperanzados, seguros de que lo mejor estaba a punto de llegar. Lo comprendí al instante, la había perdido, ya no tenía sentido seguir juntos. Sus tempestades habían desaparecido y en un mar en calma no era yo su compañero ideal.

Me giré para evitar que viera como se desbordaban de lágrimas mis ojos y entonces la vi. Allí estaba. Reflejada en el cristal. El reflejo era el mío y la volví a ver, ahí estaba, instalada en mis retinas, esa mirada, esa mirada triste.

 ©Jesús J. Jambrina


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