Estaba radiante, los días plenos de sol, la
calle en plena sinfonía primaveral y él con una sonrisa de oreja a oreja, con
aquel enorme ramo de rosas. Andaba por el medio de la acera, con la cabeza bien
alta y balanceando sus kilos y también aquel ramo, con una cantidad
ingente de rosas rojas, varias docenas. Mirando a la gente como queriendo
decir, sí son para mi amor, para ella, para mi diosa. Nada le importaba ahora
sus michelines, ni su calva, ni su falta de estilo a la hora de combinar
colores. Ella lo había elegido a él, por algo sería.
Ella.
Una diosa, sí. Nunca había pensado que podría estar con una mujer como aquella.
Sofisticada, interesante, sensual, voluptuosa, con cara de ángel y maneras de
demonio. Unos ojos azules claros, tan claros que a veces parecían blancos. Y
una melena rubia que le llegaba más allá de la cintura. Una cintura que podría
ser la escollera donde naufragara el deseo de muchos hombres.
Hoy le
había dicho que sería un día especial, inolvidable... Inolvidable habían sido
los días que había pasado con ella, apenas 28 días, pero nunca había sido tan
bien tratado, tan envidiado por sus conocidos y tan admirado por las otras
chicas. Estar con ella, era estar como con un ser diferente, como de otro
planeta. Pero no sólo era eso, también era como le trataba, cómo le hacía
sentir, las cosas que sabía y cómo se las contaba, como si conocieras muchas
cosas, como si siempre las hubiera conocido, hablando con seguridad y aplomo,
de manera concisa, transparente y a la vez con un halo de misterio.
Misterio,
esa era la palabra que podía definirla, con más rotundidad que cualquier otra.
Apenas sabía nada de ella, pero desde el primer día se había entregado, como
nunca antes lo habían hecho con él, así que misteriosa o no, para él era
perfecta, colmaba todas sus aspiraciones y muchas más.
Demasiadas
rosas quizás, pero seguro que a ella le encantaban, siempre le gustaba todo lo
que viniera de él, hasta los comentarios más torpes y sosos, o los planes más
anodinos, parecía que a ella todo le divertía y encantaba, como si todo
fuera parte de una diversión aún mayor que no alcanzaba a entender, pero daba
igual, lo mejor no cuestionarse el porqué de las cosas, a veces simplemente hay
que dejarse llevar y disfrutar. Bastantes preguntas le hacía difunta madre, era
una de las cosas que agradecía de haberse quedado sólo en la vida, no tener que
contestar preguntas, no le había gustado nunca, ni en la escuela, ni con los
amigos, quizás por eso empezaron a tildarlo de solitario y rarito, sólo su
madre seguía preguntándole, bueno eso hasta el pasado año, que finalmente Dios
la llamó a su lado, tendrá muchas preguntas que contestar desde entonces.
Aquella
increible mujer le había dicho que lo invitaba a comer en su casa, que hoy
sería un día especial, conocería a parte de su familia y sería algo digno
de recordar, al fin sabría más cosas de ella. Conocer a su familia, con tan
solo esos 28 días le producía por una parte desasosiego y por otra le llenaba
de agradecimiento que a él, una mujer como esa, la introdujera en su vida y en
su familia. Iría aunque fuera al mismísimo infierno.
Llegado
a la dirección que le había dado, un piso sofisticado del centro de la ciudad,
de esos que llevaba allí toda la vida, con un enorme portal forrado de madera.
Todo con un cierto aire decadente y a la vez como de rancio abolengo. Al
llegar a la casa, ella, enfundada en un vestido rojo carmesí que acentuaba su
sensual figura agradeció efusivamente el enorme ramo de rosas, daba igual que
hubiera dos personas observando desde la puerta de lo que parecía la sala
principal. Lo cogió de la mano y medio bailando y entre risas lo llevó hasta la
puerta donde estaban aquellas dos personas.
̶ Queridos...os presento la cena...
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