Clark era policía, de los casacas rojas, de la Real Policía Montada del Canadá.
Ese día había decidido dejar una carrera prometedora, un ascenso inminente y una granjera pelirroja, deseosa de criar una extensa prole.
Atrás quedarían las pequeñas pinceladas de civilización, de orden, de rancia tradición.
Preparaba su trineo y a sus queridos perros. Esta vez no buscaría a ningún prófugo de la justicia, ni a ningún delincuente, simplemente se adentraría en el blanco horizonte.
Quería dejar su huella, allí donde nunca antes otros pies hollaron la nieve virgen.
No sabía que se encontraría, ni que le estaba esperando, sólo sabía que iría siempre al norte, a lo inexplorado.
Siempre le habían gustado los perros, se tenía por un buen musher.
Estaba demostrada lo valiosa que era la utilización de los perros en las regiones Árticas.
Sin ellos no hubiera sido posible desplazarse por territorios donde había medias de -30ºC y ventiscas que duraban semanas llegando a superar distancias superiores a los 2800 Km.
¿Qué buscaba?¿Donde pretendía llegar?
Sólo sabía que se enfrentaba a los desconocido, como desconocidos eran para él otras muchas cosas, experiencias, sentimientos. Pero estaba decidido... cada paso sería un descubrimiento, cada metro una novedad, cada día una conquista, estaría en el camino de la aventura...y al final...lo ignoto.
Quizás para eso, no hacía falta comenzar ningún viaje.
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