Los clásicos nunca mueren, son como los viejos roqueros: renacen, resucitan, se reinventan, se remodelan, se revisan, buscan nuevos seguidores, nuevos públicos, en definitiva son incombustibles. Qué mayor clásico que nuestro querido Don Quijote, la obra maestra, que salió del puño de Cervantes, del que le quedaba, evidentemente.
Hace un par de semanas, lo redescubría con una versión que el teatro Arbolé hace en las visitas de los coles, con niños de segundo de infantil que descubren, alucinados las cuitas de Don Quijote, su visión especial de los molinos, que los ve gigantes, los ejércitos de Alifanfarón y Pentapolín, el caballero de la luna y su sin par Dulcinea, que sin embargo Sancho sólo la ve como la lozana porquera Alfonza Lorenzo. Un disfrute ver las caritas de los niños descubriendo las aventuras del ingenioso hidalgo y su particular visión de la realidad. Gran labor de Arbolé, por acercar los clásicos al futuro del mundo.
El Quijote, todo el mundo lo dice, es una obra viva, porque va cambiando, con cada lectura, con cada lector. Si lo lees en diferentes momentos de tu vida, extraes y ves cosas completamente diferentes.
Hay pruebas, dice un amigo mío; que no quiero afrontar, porque me se incapaz. Comparto, hay cosas que nos podemos ahorrar, lo que no se es si podremos hacerlo, como podremos afrontar según qué. Mejor no ponernos a prueba. Mejor pasar de puntillas, desapercibido, sin más. O aquello de: un ratico corto.
El año corre que se las pela.
Leí hace poco Puente de Hierro, de Miguel Mena y es de estos libros que enganchan, que impactan, y ves pasar esos años raudos y veloces por las páginas, a la vez que ves, como se consumen las vidas de los protagonistas. Puro vértigo, velocidad y nostalgia.
Comer es un placer, quién lo duda. Es una ciencia, auténtica alquimia, crisol de sabores y texturas. Si lo compartes, si los conviertes en el ágora de la familia, de la amistad, entonces desencriptas un nuevo nivel. Alcanzas el Nirvana, el portal místico te espera. Pero amigo, no te pases, mesura, pues las tumbas están llenas, de opíparas cenas, y ya sabéis: sin haberlo deseado, me ha salido un pareado.
Terminar bien la primavera, que San Juan y su equinoccio nos espera (otra vez, jajaja). Ya paro, terminar bien este mayo, marcero, pues si marzo mayeaba, ahora al otro, que así nos lleva, más de dos semanas de cierzo y las temperaturas trastocadas, haciendo gala al refrán que me dijeron el otro día: "Cierzo que come y cena, quince días se queda".
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