Mi capacidad lectora en esta NO primavera (donde nos van a salir aletas y branquias), es de nivel bajo. Me cuesta ponerme, cuando tengo un momento libre me dedico a montar cunas, cómodas, cambiadores, desmontar estanterías para dejar espacio para el niño que ha de venir y en definitiva tareas de logística y adecuación de un nuevo ser, muy alejadas del universo lector. Aún así he podido deleitarme con un monográfico de Eduardo Galeano, del que poco había leído y del que poco sabía, aunque con motivo de su no muy lejano fallecimiento, los medios lo citaron hasta la saciedad y en esa extraña afición de exaltación de la obra del que ya no puede seguir creando, se desataron las loas a Galeano. Supongo que pasará parecido con el reciente deceso de Roth. Dice algún columnista que hay gente que escribe y que Philip Roth era escritor, marcando un matiz sutil pero a la vez sustancial. Junto a Paul Auster, es mi autor norteamericano preferido. El libro "Patrimonio", me conmovió hasta el tuétano. Pero no nos desviemos, Philip tendrá su hueco con "Némesis" y alguna cosita más, pero centrémonos en el uruguayo que amaba el fútbol, pero era consciente que no era lo suyo. y que tenía una pluma ágil, comprometida y con un cierto aire exótico, escribía bello.
Así pues, he acabado recientemente dos libros de Galeano que quería compartir:
"El fútbol a sol y sombra".
Un libro que habla de futbol, futbolistas partidos, copas y todo el universo relacionado con el deporte del balompié, de las leyendas, las tradiciones, la hinchada. Ese toque sudamericano que eleva a religión la pasión del futbol, con sus ángeles y sus demonios. Una lectura imprescindible para los amantes del balón y sorprendente y entretenida para cualquier otro.
Una muestra de lo que se puede encontrar entre esas líneas, su prólogo:
todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy mal porque siempre fui
un “pata dura” terrible. La pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de
amor no correspondido. También era un desastre en otro sentido: cuando los
rivales hacían una linda jugada yo iba y los felicitaba, lo cual es un pecado
imperdonable para las reglas del fútbol moderno.»
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