La nota (fragmento)
Hace un tiempo, el mundo de
los adultos me resultaba extraño y ajeno. Vivía una realidad, donde mis límites
estaban perfectamente marcados, rodeado de cajas de metal, de colores
llamativos, que encerraban enormes tesoros, o de tambores de cartón en cuyo
vientre latían los más valientes ejércitos de soldados de plástico, esas eran
mis fronteras. Era un mundo de espadachines, vaqueros, airgamboys y
"cliks" de famobil, de muñecos articulados, tardes de pan con chocolate
y pequeñas aventuras.
Vivíamos en una ciudad pequeña
y la calle era casi una extensión de nuestro hogar. Todos se conocían y eso nos
permitía tener una independencia que en otro lugar no hubiera sido posible. Esa
libertad estaba controlada por nuestras madres, que sabían desde donde tenían
que gritar nuestro nombre, para que dejáramos de jugar a polis y cacos y nos
dirigiéramos sin tardanza a nuestra casa a bañarnos, o cenar en el mejor de los
casos. Esa movilidad también tenía su precio, pues en muchas ocasiones
ejercíamos de recaderos o mensajeros del Zar, haciendo pequeñas compras, el
pan, la leche, el aceite o llevando breves misivas de aquí para allá.
Las madres eran omnipresentes
en nuestras vidas. Elegían la ropa que teníamos que ponernos por las mañanas.
Tenían la capacidad de elegir siempre lo que más picaba, lo que menos nos
gustaba o lo menos funcional, petos de cuadros con perneras campana, jerseys
de lana con cuello cisne, que eran morir en vida o trencas cerradas con
colmillos de sabe Dios que animal prehistórico. Nos indicaban lo que debíamos
vestir, decir, comer, hacer y hasta pensar. Las madres todo lo controlaban,
podían con todo y su presencia eclipsaba a la de nuestros padres, que pasaban
el día fuera de casa, haciendo lo que hacen los mayores, trabajar y esas cosas.
......
Así es, muy bien descrito.
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