Ayer para mí fue un día triste, un día muy triste. De esos que dejarán cierta huella en el camino que recorremos.
Mi hijo más pequeño empezó afirmando que Santa Claus no existe, que los regalos los compran los padres. Así taxativo, sin concesiones. Yo le dije que bueno, que aunque la figura de ese gordo bonachón que entra por la chimenea no es el que reparte los juguetes, sí que hubo en su día una figura, San Nicolás que lo inspiró. Sería una explicación suficiente o no, pero el preguntó seguidamente si los Reyes Magos eran lo mismo o si eran reales y sin esperar la respuesta, volvió a la carga preguntando si los regalos de Reyes del año pasado los habíamos comprado nosotros. Y de nuevo a la carga, ¿los reyes sois vosotros?
Busqué apoyo exterior, intenté soslayar la pregunta, pero él insistió: ¿Son los reyes los padres?
Le respondí con otras preguntas: ¿Por qué preguntaba eso?¿Qué sabía él?¿Qué le parecía a él?
A todo esto su hermano mayor, que ya sabe de que va la feria, pero que siempre se ha hecho el loco, porque a él lo que le hace más ilusión es tener lo que pide; lo miraba con los ojos como platos. Fue muy prudente, como siempre suele y no soltó prenda, me tocó lidiar a mí solito.
Insistió de nuevo y de nuevo volví a responderle con una pregunta: ¿Qué pasaría si así fuera?
Él que se olía la tostada, dijo que bueno, que no le parecería mal, que lo que no entendía es lo de encontrar al día siguiente el agua de los camellos a mitad y llena de pelos.
Cuando se pregunta directamente, no responder sinceramente, no es mantener una ilusión, es mentir, sin más. Y yo no quiero mentir, y menos a mi hijo. Así que se lo conté, le expliqué las cosas de la mejor manera posible. Que los papás habían tenido esa ilusión de niños y querían que ellos la tuvieran también, que lo hacíamos porque los queríamos mucho, etc.
Me miró sorprendido, ya se imaginaba algo, pero encontrarse de bruces con la realidad le dejo un regustillo algo amargo.
Le dije que a pesar de saber de donde salen ahora los regalos, que hay que mantener la ilusión, que tiene también mucho mérito que los padres y familiares hagan un esfuerzo de todo tipo para regalarnos los que nos gusta.
Me preguntó algún detalle de logística y alguna curiosidad, que respondí diligentemente.
A él le dejó un regusto amargo, pero a mí me subió la bilis al corazón. Sentí como dice la canción que "la bici de mi niñez se fue quedando sin frenos", en este caso de su niñez, algo de inocencia por ambas partes se quedó en esa conversación.
Y otro tanto en otra que mantuve por la mañana, donde la ilusión de pensar que alguien es de una manera determinada, choca con la realidad más cruda.
Sin duda un día feo.
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