Recientemente ha fallecido un tío mío, muy allegado, el hermano de mi madre. En estos últimos años han fallecido algunos más, también muy allegados. De esos que forman parte de tus recuerdos infantiles, de las fotos de los cumpleaños, los veraneos. Los recuerdas de las grandes mesadas de celebraciones, fiestas familiares, bodas, comuniones, noches buenas, noches viejas. Te has reído, has conversado, has aprendido, en definitiva: has crecido con ellos. Son parte de tu imaginario, de tus recuerdos y por supuesto de tu vida.
Me viene muchas veces a la mente ese dicho: "La mesa larga, los abuelos vivos, todos lo tíos y primos reunidos. Comida en la mesa. De niños éramos ricos y no lo sabíamos".
De estas personas nos queda su legado, el más evidente, su principal obra: sus hijos, mis primos. Si te fijas bien, si te paras a observar, los podrás ver en éstos, en sus gestos, en sus expresiones, en su conducta. Allí hay algo de ellos, lo puedes llegar a ver. No se han ido del todo. Además me gusta pensar, que es cierto aquello que donde existe el recuerdo, la muerte no tiene poder. De esta manera mientras los recordemos, los tendremos con nosotros de una u otra manera.
Dicen los psicólogos, que lo más difícil de entender por los niños, es la irreversibilidad de la muerte. Pueden entender que el abuelito se haya ido, pero no son capaces de entender que nunca volverá. Preguntan por él tiempo después, o esperan que en cualquier momento llame a la puerta, o si se les ha dicho que se ha ido al cielo, miran hacia allí, esperando que en un momento u otro vuelva, porque en sus pequeñas cabecitas no entienden que es para siempre. El concepto para siempre también se les escapa. No conciben que nunca volverán a abrazarlo o a compartir relatos, paseos y aventuras.
A los niños les cuesta entender la irreversibilidad de la muerte, sinceramente: a mi también.
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