Hay ciudades que tienen algo especial.
Que te transportan a un realidad diferente..
Ámsterdam es una de esas ciudades.
Tiene ese aire bohemio, cercano, amable. Unas calles acogedoras, confortables, con sus canales, sus tulipanes.
La primera vez que estuve me dije que no era mal sitio para vivir o tener un estudio de pintura. Recientemente he vuelto de allí y lo tengo claro, tener un estudio allí donde trabajar, pasear, pintar y disfrutar de un vida de artista y creación, desde luego sería todo un sueño.
Ámsterdam es de esas ciudades a las que vas ligero de equipaje, donde dejas atrás esas mochilas que llevas en el día a día. Donde se respira otro espíritu, y no lo digo por los coffe-shops, como un ritmo más pausado, quizás sea mi prisma de visitante ocioso, pero era mi visión. Bendita visión.
A la vez es una ciudad cosmopolita, con buen ambiente, con un montón de gente paseando y yendo de un lado a otro.
Un mes desde mi última entrada. Pasadas ya las vacaciones escolares de Semana Santa, las procesiones y tradiciones de nuestra tierra. Las torrijas obligadas del Viernes Santo. De nuevo llevando el paso de la cofradía, con mis hijos y el domingo, hombro con hombro con mi hijo mayor. El niño quedó atrás, se está haciendo, por no decir que es ya todo un hombre. Nuevos retos se perfilan en el horizonte, nuevas realidades, nuevos escenarios.
Y vuelta a la rutina, aunque en breve vuelva a coger el avión, esta vez por trabajo, pero no hay nada como ampliar nuestros horizontes, ver nuestras realidades de manera transversal, mirar las cosas por encima de los papeles.
Y los proyectos vanos, ahí, en proceso, y los elevados, en el limbo, en el sueño de los justos. Y la sabiduría de distinguir lo que son unos y otros, a veces misión imposible.
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