Por la mañana, cuando empieza el día y éste comienza de manera sosegada, por fin, las ideas llegan a tu mente.
Se acabó la semana abotargado, saturado, instalado en las preocupaciones y en las quimeras.
Por la mañana, cuando el día se plantea amable y tranquilo, dedicado a los tuyos y a tus cosas, la vida se ve de otra manera, sacas momentos para aquello que no podías.
Por la mañana, las cosas comienzan de nuevo, el sol todavía tímido, da una tregua que no respetará más adelante.
Por las mañanas, todo comienza de nuevo. Eterno bucle vital, que nos aleja de nuestra niñez.
Por la mañana, temprano. Muy temprano. El trabajo o el ocio, sea lo que sea, te han obligado a madrugar y sales a la calle cuando el sol todavía no castiga como promete hacerlo más adelante...
ResponderEliminarSales a la calle y... respiras. Respiras el olor de la mañana, fresca como una promesa. Olor a novedad, olor a frescura, olor a inocencia, olor a calma. Durante unos minutos, muy pocos, la vida te da los buenos días antes de sumergirte en la vorágine de los compromisos creados por el hombre.
Es, sin duda, el mejor instante de una jornada... Sólo por él merece la pena madrugar.
Algún sábado es así, pero otros pareciera que uno pasa del trabajo remunerado al no remunerado.
ResponderEliminarUn saludo
Está claro, al menos paramí, que lo mejor, son esos días que madrugas, sin prisas, ni obligaciones, al menos, a corto plazo.
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