Hay quien dice, que el verano comienza cuando se come su primer Magnum blanco. Yo no tengo muy claro para mi cuando comienza el verano, pero sí tengo cristalino cuando termina y es con el olor del forro de los libros nuevos y la legada de material escolar diverso a casa, cosas como ceras, pinturas, lapiceros y similares. Igual en los años que esto no pasaba, no acababa de reconocer el cambio, pero en esta ocasión, no es el caso.
Otros años comento que me cuesta coger el ritmo a la vuelta al cole, a la vuelta a la rutina, a veces esa transición me deja a las puertas del Pilar si no casi, a la llegada del invierno. Pero esta vez no es el caso, arranco este nuevo curso bien centrado, con ganas, viendo como el pequeño de la casa comienza su escolarización, ya no dejará las aulas, en el mejor/peor de los casos hasta pasados quince años. Toda una vida, su vida, su transición de la infancia a la adolescencia y la juventud.
Todo le pasará en estas clases, que hoy comienza a reconocer como suyas, los amiguitos de hoy, con toda probabilidad, serán los amigos de siempre. El colegio será SU colegio y sus primeros profesores, recuerdos imborrables en su memoria, que lo marcarán de una manera o de otra. Que delicada la materia que manejan estos profesionales, que responsabilidad tan grande. Son, constructores de personas, de personalidades, de gustos y prioridades, nosotros los padres también, pero desde luego hoy entra en una nueva familia, familia con la que compartirán seguro, más horas, que con la biológica.
Hoy empiezan a volar solos, con toda la atención y precaución posible, pero ya torpemente despliegan sus alas y se asoman a ese simulacro de micro mundo que es su aula.
Qué vértigo nos entra a los padres y él, orgulloso, porque ya es mayor, coge las cuerdecitas de las bolsa que lleva a la espalda y se encamina con alegría y curiosidad a la ludoteca, que es la antesala de su larga jornada escolar.
"Yayos, verdad que cuando me vaya al cole de mayores vosotros lloraréis".
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