La foto
Descolgué el Miró que presidía aquel despacho de techos altos. Allí estaba, la caja fuerte que me había sido vetada durante todos estos años. El olor a madera y tabaco flotaba en el aire y daba la sensación de que de un momento a otro, él entraría por la puerta, con su mirada azul, penetrante, capaz de anular mi voluntad con un simple gesto. El hombre hecho a sí mismo, el que conseguía todo lo que se proponía.
Mi legado consistía, además de
unas numerosas y magras cuentas corrientes, fincas y pisos, en un sobre cerrado
donde venía una combinación. Sabía perfectamente de donde era, nunca me dejó
tan siquiera acercarme cuando la tenía abierta.
No fue un padre ausente, al
contrario, fue atento, me dedicaba todo su tiempo y a pesar de sus múltiples
ocupaciones nunca permitió que nos separáramos más de un día, pero yo lo
percibía frío, como distante. Me contaba un cuento todas las noches, me hablaba
de aventuras y países lejanos y de mi madre, a la que yo nunca había llegado a
conocer. Me colmaba de atenciones y cosas, pero nuestra relación nunca fue
cariñosa, no sé, era como incompleta, aunque me constaba que él se esforzaba.
El sonido del mecanismo
abriéndose me sacó de mis pensamientos. La caja estaba vacía salvo un sobre
amarillento. Me empezaron a temblar las manos. No acababa de entender. Lo abrí,
apenas unos recortes de periódicos y una vieja fotografía en blanco y negro.
Miré con curiosidad aquella instantánea, había gente alrededor de una mesa y
unos viejos 600, una escena campestre, no había visto en mi vida a aquellas
personas. Pero en el niño de espaldas si encontraba algo familiar. Me detuve en aquella figura infantil. Me
reconocí. ¿Qué hacía yo allí?
Los latidos se me dispararon,
cogí el primer recorte.
Las piezas empezaron a encajar
con estruendo en mi cabeza. Los nebulosos recuerdos de mi niñez empezaron a
despejarse. Esa era la razón por la que no había ni una sola fotografía mía de
bebé y otras muchas cosas que había achacado a la excentricidad de mi padre,
motivada, según creía, por la pena, tras la muerte de mi madre en el parto.
Pero la verdad se abría paso de una manera aún
más terrible.
El periódico describía un
accidente, un coche, un 600, se había salido de la carretera, sus ocupantes, un matrimonio, murieron.
Otros recortes ampliaban la noticia explicando que había desaparecido su hijo
de corta edad, víctima, decían, de posibles alimañas de la sierra.
La sensación de orfandad se
aferró a mi estómago. Quizás la única verdad que me había dicho aquel hombre,
era que aquellos ojos marrones, los había heredado de mi madre.
©Jesús J. Jambrina
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