Ayer fue 19 de marzo, San José, y también el día del padre.
Aquel carpintero trabajador y prudente es el paradigma de la figura paterna.
No hay galardón que adorne de mejor manera el pecho de un hombre, que el de ser padre.
Desde el mismo día que nace tu hijo, tus miras son y deben ser otras, eres responsable de un nuevo ser y el amor es incondicional, ya nunca dejarás de verlar su sueño y de estar pendiente de su existencia.
No se me ocurre mejor manera de conmemorar este día que con una preciosa poesía de Leopoldo Alas, titulada como la entrada, "La edad de la inocencia". Dedicada, como no podía ser de otra forma, a mi padre y también a todos aquellos padres que velan el sueño de sus hijos.
Me sorprendo al ver las cosas
tan rendidas al tiempo
tan sometidas siempre a su propio tamaño.
Me acostaba en el cuarto de mis padres
para olvidar las estatuas del miedo
(ellos, mientras, jugaban a las cartas),
pero no pude nunca recordar el momento,
el instante preciso
en que unos brazos me devolvían a mi cama.
La noche ya no tiene sorpresas, ni nada,
y en eso descubro la trama del tiempo:
que los ojos los cierro y los abro
invariablemente
en la misma almohada.
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