viernes, 7 de junio de 2019

La velocidad de los jardines.



Hace dos días releí "La velocidad de los jardines", un cuento extraordinario de Eloy Tizón. Un relato que cada vez que lo lees te lleva en volandas a tu propia clase de 3º de Bup, "La primera frontera", en el que había que elegir el camino de las letras o las ciencias.
 
Muchos dijeron que cuando pasamos al tercer curso terminó la diversión. Cumplimos dieciséis, diecisiete años y todo adquirió una velocidad inquietante. Ciencias o letras fue la primera aduana, el paso fronterizo que separaba a los amigos como viajeros cambiando de tren con sus bultos entre la nieve y los celadores. Las aulas se disgregaban. Javier Luendo Martínez se separó de Ana Mª Cuesta y Richi Hurtado dejó de tratarse con las gemelas Estévez y Ana Mª Paz Morago abandonó a su novio y la beca, por este orden, y Christian Cruz fue expulsado de la escuela por arrojarle al profesor de Laboratorio un frasco con un feto embalsamado."
 
Cada vez que lo leo es como si me transportara en una máquina del tiempo y volviera a sentarme en aquellos pupitres, mirara por aquellas ventanas y atravesara el patio lleno de bullicio y hormonas adolescentes.
 
"Los primeros días de primavera contienen un aire alucinante, increíble, un olor que procede de no se sabe dónde. Este efecto es agrandado por la visión inicial de las ropas veraniegas (los abrigos ahorcados en el armario hasta otro año), las alumnas de brazos desnudos transportando en sus carpetas reinados y decapitaciones. Entrábamos a la escuela atravesando un gran patio de cemento rojo con las áreas de baloncesto delimitadas en blanco, un árbol escuchimizado nos bendecía, trotábamos por la doble escalinata apremiados por el jefe de estudio –el jefe de estudio consistía en un bigote rubio que más que nada imprecaba–, cuando el timbrazo de la hora daba el pistoletazo de salida para la carrera diaria de sabiduría y ciencia. "
 
Yo también tuve que abandonar el colegio precipitadamente por un aviso de bomba, curiosamente cuando teníamos algún final de matemáticas o similar.
 
"Luego nos enteramos que sí, que el Renacimiento había enterrado la concepción medieval del universo. Fíjate si no en Galileo, qué avance. Resultaba que nada era tan sencillo, hubo que desalojar dos veces el colegio por amenaza de bomba. Los pasillos desaguaban centenares de estudiantes excitados con la idea de la bomba y los textos por el aire, las señoritas se retorcían las manos histéricamente solicitando mucha calma y sólo se veía a don Amadeo, el director, fumando con placidez en el descansillo y como al margen de todo y abstraído con su úlcera y el medio año de vida que le habían diagnosticado ayer mismo: hasta dentro de dos horas no volvemos por si acaso."
 
La luz, esa luz de la primavera de nuestra adolescencia..
 
"Pero volvamos al aire y la luz de la primavera, que deberían ser los únicos protagonistas. Se trataba de una luz incomprensible. Siendo así que la adolescencia consiste en ese aire que no es posible explicarse. Podría escribirse en esa luz (ya que no es posible escribir sobre esa luz), conseguir que la suave carne de pomelo de esa luz quedase inscrita, en cierto modo «pensada». Aún está por ver si se puede, si yo puedo. La luz explicaría las gafas de don Amadeo y el tirante caído de la telefonista un martes de aquel año, la luz lo explica todo. Ahora que me acuerdo hubo cierto revuelo con el romance entre Maribel Sanz y César Roldán (delegado). "
 
Nuestro despertar a la vida, los grandes acontecimientos en nuestros universos mínimos y finitos.
Las nostalgia o el hartazgo de los compañeros, a los que al final, algunos años después de abandonar el colegio echabas de menos, con sus vidas, sus manías, sus crueldades.
 
"No he vuelto a ver a ninguno. Tercero de letras no existe. He oído decir que las gemelas Estévez trabajan de recepcionistas en una empresa de microordenadores. ¿Por qué la vida es tan chapucera? Daría cualquier cosa por saber qué ha sido de Christian Cruz o de Mercedes Cifuentes. Adónde han ido a parar tantos rostros recién levantados que vi durante un año, dónde están todos esos brazos y piernas ya antiguos que se movían en el patio de cemento rojo del colegio, braceando entre el polen. Los quiero a todos. Pensaba que me eran indiferentes o los odiaba cuando los tenía enfrente a todas horas y ahora resulta que me hacen mucha falta."
 
Hoy veo esas sensaciones en la cara de mi hijo Santiago y en la de Javier. Como transcurren por las mismas sendas, tan parecidas y tan distintas. Estoy convencido que si dentro de diez años leyeran este relato, ellos mismos se trasladarían a sus patios, a sus amigos, sus profesores, sus mitos y sus aventuras. Cuando serán ellos conscientes de la velocidad que cogen sus vidas, de aquella: "La bici de mi niñez que se fue quedando sin frenos".
Estoy preparando una entrada, que duerme el sueño de los justos desde hace mese, titulada: "Las máquinas del tiempo", sin duda este relato es unos de esos ingenios que te trasladan a un lugar pretérito.
Algún día, me gustaría ser capaz de escribir de esta manera, con esa capacidad de emocionar, de involucrar, de identificar.
 

 
 
Tuve la suerte de estar en la presentación que Eloy y Sergio del Molino hicieron en Zaragoza de la reedición de ese libro mítico de relatos. Veis esta foto, yo estuve allí.
 

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