lunes, 6 de junio de 2016

Me acuerdo...(I)


El pasado miércoles, comencé un taller de literatura con Sergio del Molino. Este escritor es realmente interesante. Durante las dos horas que duró esta primera sesión del taller, una sesión suave, apenas nos pusimos en labor para escribir 10 sustantivos; me dejó completamente embelesado. Salí con la sensación de que del taller iba a aprender muchas cosas y no necesariamente sobre literatura.
Eso sí, nos mandó deberes para casa, como no puede ser de otra manera en un taller intensivo, donde uno tiene que ir preparado para batirse el cobre con la escritura dentro del horario presencial y evidentemente fuera. Y ese primer ejercicio consiste en "recuerdo...". Diez recuerdos de nuestra vida, esos los pondré mañana por aquí, de momento traigo estos que son recuerdos más extensos y los he descartado para ese ejercicio.
 
Me acuerdo...

- Mis padres eran profesores, mi madre tutora de 1º de EGB, yo tenía 4 años, y hasta que empecé 1º mi madre me tenía en clase, como alternativa perfecta a una guardería. Me sentaba en un pupitre al lado de su mesa. En las fiestas del colegio se celebraban carreras, una de ellas era para los alumnos  más pequeños y yo participé. Recuerdo un patio enorme al que teníamos que dar una vuelta, Una ingente multitud mirándonos y en la línea de salida todos apiñados, con los niños que me llevaban dos años. Se dio la salida y empecé a correr con todas mis fuerzas, sin medida, de repente estaba sólo, escuchaba a la gente como me animaba, y así llegué a la meta. Llegué el primero, y no me lo podía creer. Me dieron una medalla de "oro", con un trozo de tela diminuto, hecho para el cuello de un niño pequeño. Y hasta hace bien poco seguía colgada de unos de los cuadros de mi habitación.
 
- En 8º de EGB hubo una epidemia de  escayolados. Nos llegábamos a juntar dos o tres a la vez en clase. Como el aula estaba en el tercer piso, para no bajar las escaleras, no bajábamos al patio en los recreos. Esa media hora nos dedicábamos a hacer mil y una trastadas. Poníamos en la parte superior de la puerta, que era muy alta, la papelera para que le cayera encima la primero que pasara. En una ocasión cambiamos la papelera por una bolsa de deporte que encontramos entre los pupitres. Cuando llegó el primero que subía del recreo, como era habitual le cayó en la cabeza, para regocijo de los que lo habíamos maquinado y de los otros compañeros que habían sido más lentos al subir. La reacción de nuestra víctima fue coger la bolsa de deporte y tirarla por la ventana. La bolsa precipitándose desde un tercer piso fue vista por un hermano de La Salle, que la cogió y subió rápidamente al aula desde donde se había arrojado, la nuestra. Preguntó quién había sido, y Paco, que así se llamaba el lanzador, levantó la mano. Lo mando acercarse a la pizarra, se colocó delante de él, y sujetándole una mejilla con la mano, en la otra le descargó un terrible y sonoro sopapo que nos dejó a todos con la piel de gallina. Mis cómplices y yo nos miramos de soslayo, pues sabíamos que éramos los autores, si no materiales, sí intelectuales de aquel tremendo tortazo.

-Que iba a pescar al pantano con un amigo, íbamos en bicicleta, o en moto, o alguna vez (las menos), el padre de otro tercer amigo nos llevaba en su coche. Era un pantano en el que alguna vez se había ahogado alguna persona, y siempre la recomendación de mi madre era la de que no nos metiéramos dentro del agua de ninguna manera. Un día en el que estrenaba una caña de pescar, comprada, con el esfuerzo titánico de ahorrar mi exigua paga paterna. La coloqué en el soporte de hierro que permite apoyarla en el suelo , pero olvidé quitar el freno del carrete, me despisté, picó una carpa enorme y la arrancó del soporte. Veía con estupor como iba a toda velocidad hacia en centro del pantano. Me acordé de la recomendación de mi madre y titubeé un poco, pero conforme se iba alejando, la recomendación de mi madre me llegaba más amortiguada, cuando dejé de oírla, me quité las zapatillas y la camiseta y me tiré en plancha a las frías aguas del pantano. Me llevó un rato alcanzarla, pero al sacarla del agua la recompensa venía al final del hilo, con forma de un magnifico ejemplar de carpa.
 
- Un día de los últimos de agosto, un día desapacible, ventoso, en un pueblo de la sierra de Segovia, daba la sensación de que ese día no pertenecía a ese verano, como que no era su sitio, como que alguien se hubiera cabreado. Mientras recogíamos nuestro campamento destrozado, el aire nos flagelaba sin misericordia. El viaje de vuelta fue duro. Estábamos cansados y desganados, se nos quitaron las ganas de volver allí, la carretera parecía que nos acercaba a un abismo. No se porque, no me lo podía explicar, pero me sentía atenazado, angustiado, como con una opresión en el pecho. A los dos días, me llamaron mis padres, para contarme que ese día, ese mismo día que no encajaba en el verano, con ese aire enloquecedor en sierra Segoviana; en Teruel, un amigo mío se quitaba la vida.


Pensaba que los recuerdos surgirían a borbotones, pero realmente hay periodos de mi vida en los que apenas recuerdo nada. Hay etapas en las que me asomo a un lienzo en blanco. Es en estos momentos cuando me alegro de llevar un diario y poder rescatar esos recuerdo. Quizás, para como decía Sergio ayer reconstruirlos o decosntruirlo, ya partiendo de una dudosa objetividad, que es la mirada y la sensación subjetiva personal cuando me sucedía todo aquello y cuando lo escribía.
El diario a veces ha hecho de tabla de náufrago, pero evidentemente, no es esa su función, más bien es, o se ha convertido en un testigo mudo de mis pensamientos, en ocasiones contradictorios, en ocasiones incendiarios y en ocasiones suaves y conscientes de mi historia personal.

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