sábado, 16 de mayo de 2009

Sus labores.



Ayer estuve jugando con mis hijos, actividad recomendable donde las haya, baja la tensión arterial, adelgaza, crea lazos, mejora el tono general y en particular familiar...vamos, mano de santo.


Tampoco es algo fuera de los común, me gusta hacerlo siempre que puedo, pero lo especial fue el entorno. A la salida del colegio, que está detrás de la Catedral de La Seo, al ladito de la plaza del Pilar (epicentro de Zaragoza), hay una placita, llamada de San Bruno, las paredes de La Seo y el Arco del Dean, la limitan, es una preciosidad.


Pero ayer, si ya de por sí, la plaza de San Bruno es bonita, ayer, estaba preciosa, pues se convirtió en una sala de juegos de todos los niños que se acercaron por allí. Los niños hicieron suya la plaza y la convirtieron es escenario de sus juegos, mientras los turistas paseaban por allí y les observaban con cara de asombro y regocijo.


Eso fue gracias a Gusantina, una ludoteca del ayuntamiento, que hace una inmensa labor social, orientada sobre todo a la infancia, su fin es entretener a los niños, sobre todo a aquellos a los que su padres no puede hacerlo, pero sus actividades son abiertas, pues se admite a todo el mundo, desde los gitanicos del barrio, inmigrantes o a mis propios hijos y compañeros suyos del cole.


Eso si que es una labor social, una labor de integración, la humanidad en armonía. Daba gusto ver jugar a montones de niños con diferentes juguetes, el aro, la pelota, zancos, indiaca, etc. y verlos felices.


Magnífica labor la de Gusantina, ¡eso es una buena labor! Que sigan iniciativas como esta, que a Dios gracias, lleva desarrollándose durante muchos años, que siga por muchísmos más.


4 comentarios:

  1. Pues yo quisiera compartir contigo una experiencia, al hilo de esta entrada.

    La semana pasada estuvieron en mi casa mis sobrinicos Miguel Ángel y Leonardo. Para unos niños de 9 y 6 añitos mi casa es una especie de parque de atracciones: espadas y escopetas por las paredes (con el consiguiente disgusto de mi hermana y mi cuñado, que me quieren con locura pero a veces me tienen un poco de miedo, tal vez porque me conocen demasiado), figuritas de guerreros medievales, películas infantiles en DVD (las tengo para cuando vienen... o sea... para los niños... ¡Bueno, vale, cada uno ve lo que le da la gana!), juegos en el ordenador, una terraza y armarios vacíos para jugar al escondite... Lo dicho, un parque de atracciones.

    Estuvieron apenas una noche y parte de la mañana del domingo, pero lo pasamos de miedo. Y tengo un par de anécdotas muy jugosas:

    El sábado por la noche, antes de cenar (les había comprado unas pizzas, que les chiflan), mi sobrino Leonardo (6 años), me dijo con una maravillosa carita de inocencia:

    - "Oye, tío José Enrique, si no tienes dinero para las pizzas, he traído tres euros..."

    ... Hasta me los enseñó, el pobrecito. Le tranquilicé y le dije con el corazón en la boca que no hacía falta, que muchísimas gracias, que era un niño maravilloso y que los guardase para chuches. Pero me lo hubiera comido a besos. Dios mío, os juro por lo más sagrado que es el ofrecimiento más generoso, más desprendido y más cariñoso que jamás nadie haya podido hacer. Inocencia pura. Casi me hizo llorar.

    Y la segunda:

    Por la noche, el mismo Leonardo (que junto a su hermano se portaron estupendamente todo el tiempo que estuvieron en mi casa) se quedó dormidito en el sofá mientras veía "Dentro del Laberinto". Lo cogí en brazos, despertó brevemente y se me abrazó al cuello. Lo llevé a la cama y, al acostarlo y arroparlo, abrió un ojo, me miró y me dijo sólo dos palabras:

    - "Mucho mejor"

    Y se acurrucó entre lkas sábanas durmiendo como un bendito. A su lado, Miguel Ángel (que había estado leyendo un tebeo, también dormía plácidamente...

    Les dí un beso, apagué la luz y me dirigí a mi cuarto. Tarde bastante en dormirme mientras pensaba en la inmensa suerte que tengo con mis niños y en que la infancia es sin duda la más preciosa edad que el ser humano puede vivir y disfrutar.

    Tal vez sea esa la razón más profunda de mi vocación docente, de la que estoy orgullosísimo (y se me nota, y me importa un bledo que se me note).

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  2. Preciosas anécdotas, y es que los niños son lo mejor del mundo.

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  3. Ay, me siento culpable. Hace mucho que no juego con mis hijas. De hoy no pasa.

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  4. Cada día que jugamos con nuestros hijos, es un día que le robamos al paso del tiempo.

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